Avatar y Death Stranding. Criticar o dejarse maravillar

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Raiola Networks

Sabiendo que el comienzo del año estaría en Madrid y aquí tengo muchas más opciones de disfrutar del cine en versión original que en el lugar donde resido normalmente, he terminado y comenzado el año con una doble sesión de Avatar. Primero, en casa, vi el blu-ray de la primera parte de la, ahora sí, saga y hace un par de días en cine disfruté de Avatar: El sentido del agua. Y, aunque pueda sonar absurdo, me acordé mucho de Death Stranding, el videojuego del japonés Hideo Kojima. Son dos obras que en un principio no tienen muchas similitudes, pero que en el fondo esconden algo en común.

En esencia, y siendo algo totalmente muy personal, los dos productos me parecen obras maestras en sus respectivos sectores pero que, pese a tener buenos resultados de ventas/taquilla, han sido muy criticados, con reseñas muy negativas, y no sin razón. Sí, obras maestras con críticas negativas que tienen razón, sé que es contradictorio.
El problema con Avatar (las dos partes) y con Death Stranding son las expectativas.

Death Stranding hizo camino al andar

Con el título de Kojima las críticas se centraban en resaltar que se trataba de un juego de caminar, de un simulador de Glovo y comentarios similares. Y es verdad. Cargas al personaje, vas del punto A al B, sobrevives a los pocos peligros que haya en el camino (más allá del camino en sí) y vuelta a empezar. La cuestión es que el de Death Stranding será el mejor paseo que vayas a dar en tu vida dentro de un videojuego. Esos paisajes, con la maravillosa banda sonora, la preparación del equipaje, la tranquilidad de la ruta preocupándote únicamente de que no se desequilibre el personaje… Es fantástico. Y estoy omitiendo la historia, que también me parece una delicia.
Pero tienes que saber que vienes a eso. Únicamente a eso. Que esto no va de pegar tiros (aunque los haya), ni de sobrevivir a un enemigo (que también), ni del desafío de un enfrentamiento contra un jefe final. No. Eso es completamente secundario. Y si no entiendes eso antes, durante o cuando salen los créditos finales, serás un crítico más y habrás perdido la ocasión de disfrutar de algo único.

Avatar y el mundo de Pandora

Y en el mismo punto estamos con Avatar. En este caso, siempre se han cebado en que la historia de James Cameron tenía una historia muy manida, que no había profundidad de personajes, que si guión, que si esto o lo otro. Pero es que la película no va de eso. Que tiene que cumplir unos mínimos, sí, y los cumple (otro día hablamos de Avatar y el budismo, por ejemplo).
La cuestión es que esto va de vivir Pandora, de disfrutar de todo un planeta creado para la ocasión, de descubrir criaturas fantásticas salidas de la imaginación de algunas persona en el estudio, de alucinar pensando como habrán hecho todo ese mundo con toda esa flora y esos habitantes azulados.

Hay que dejarse llevar y disfrutar del espectáculo visual, de lo que la tecnología y la creatividad del director nos han puesto delante de los ojos. Es un tipo de cine para dejarse maravillar y no sabiendo de antemano lo que vamos a criticar.

 

Y ahí es donde las dos obras se dan la mano: si se abre la mente se podrá disfrutar mucho más de dos trabajos que, aunque pueda sonar arriesgado, marcan un antes y un después cada uno en su industria. Y si no, está bien también, tienes motivo de sobra para criticarlas, pero estás perdiendo una ocasión fantástica para pasar un buen rato.

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