Pongamonos en situación. Viernes por la noche, ha terminado una dura semana laboral y tú, como gran fan de los true crime, te sientas a ver la última serie-documental estrenada en Prime Video de Amazon bajo esa categoría. Medina: estafador de famosos.
En los primeros minutos del primer capítulo ves aparecer a Jorge Ponce (la mente detrás del documental), Andreu Buenafuente, Joaquín Reyes y otras celebridades de la televisión y el cine español, relatando como Antonio Medina, un hombre de mediana edad, calvete y con barba, se ha acercado a ellos en algún momento de sus vidas, intentando hacerles recordar que han trabajado juntos en algún proyecto, que él era cámara y que la vida no le ha ido del todo bien, sobre todo a raíz de una desgracia random que le ocurrió a su hija. Se despide de ellos para, pocos segundos después, darse la vuelta y pedirles si pueden echarle una mano con algo de efectivo, argumentando alguna excusa inventada en el momento.
La verdad es que la cosa inicia bien, tiene buena pinta. El problema es que no sabes cómo una historia así puede estirarse durante los cinco capítulos que forman esta serie, pero rápidamente comienzas a descubrirlo.
A la caza de Antonio Medina, ¿o quizás no?
Jorge Ponce nos presenta el HUB, la oficina que van a utilizar como centro neurálgico para las operaciones de investigación que llevarán a cabo para encontrar a Antonio Medina, el estafador. Ya aquí comienzas a plantearte qué cojones estás viendo: revistas pixeladas por una excusa absurda, dos personas del equipo con la cara oculta por una historia (y una explicación) demasiado chistosa, una criptomoneda gigante como decoración de la oficina…
Esto da paso al inicio de la investigación propiamente dicha. Una búsqueda y captura de Medina que, poco a poco, va quedando en segundo plano y termina sepultada bajo una buena cantidad de subtramas que, durante los cinco episodios del documental, nos transportan al humor más disparatado de un Jorge Ponce en su salsa. Detectives que te estafan, la obtención de la distinción de una producción «verde», las disputas con Ángela (directora de producción) por el coste de la grabación… Cualquier cosa vale para arrancarte las carcajadas. Incluso la aparición del fantástico Juan Muñoz que, para mí, tiene el momento más divertido de toda la serie.
Pero entonces, ¿qué hay de true crime en todo esto? Pues después de haber visto los créditos finales, todavía no lo tengo claro. Es parte del encanto de la serie: moverse en esa línea en la que no logras distinguir qué es cierto y qué es simplemente un producto cómico.
Que existe un Antonio Medina y que hizo esa estafa a famosos parece ser que es verdad. Existen los tweets de Carlos Jean, existen las noticias en los periódicos y existen, entre otras cosas, testimonios que no están recogidos, como la experiencia que Antoni Daimiel contó en el programa de YouTube Colgados del Aro.
¿Es verdad la historia de Antonio Medina?
¿Realmente existió la búsqueda de este personaje? Ahí ya no hay ninguna certeza. La serie te muestra (más o menos) a un Antonio Medina. Jorge Ponce se sienta a hablar con él y mantienen una conversación nuevamente absurda a niveles de Faemino y Cansado.
Pero la realidad es que no importa si lo que has visto es más o menos real. Lo que has visto es uno de los primeros (si no el primero) documentales absurdos: han cogido una premisa real y la han retorcido para darte unas tres horas de humor disparatado, donde sólo importa pasarlo bien y dejarse llevar.
Como dice el propio Ponce al final del documental: todo es verdad y mentira a la vez.